Peyote: la magia de una planta sagrada

Peyote: la magia de una planta sagrada

Para los huicholes, el híkuri es una planta ritual que representa los lazos espirituales con la tierra y el universo. La exposición ‘Las culturas de un cactus sagrado: el peyote’ en el Museo del Desierto muestra una cultura milenaria que se ha visto amenazada por la explotación turística y minera, y que ha luchado para defender su territorio y sus costumbres.

Con el soplido estruendoso de una caracola de mar empieza la magia. El olor a copal está en el aire y anuncia el saludo a los cuatro vientos: norte, sur, este, oeste. Con las manos alzadas viene el saludo al cielo, después a la tierra y, por último, al centro para dejar que la energía fluya de la cabeza a los pies, abriendo paso a una experiencia cosmológica.

Éste es el inicio de una ceremonia que el pueblo wixárika o huichol –como mejor se conoce– lleva a cabo antes de comer peyote.

Tonatiuh Velázquez, hijo de David Velázquez “El Mazatl”, representó de manera simbólica el mismo ritual milenario en la inauguración de “Las culturas de un cactus sagrado: el peyote” que se aloja en una de las salas de exposición en el Museo del Desierto (Mude). Pero esto es sólo un vistazo; un parpadeo de todo lo que hay detrás de las culturas que rigen su política y su espíritu bajo el brebaje que emana de un cactus mágico y único en el mundo.
 
El llamado del híkuri

Recuerdo la primera vez que escuché hablar del peyote. ¿Qué es?, me preguntaba a los 16 años. En aquél entonces Google no estaba en la palma de mi mano, pero unos amigos de la Narváez me contaron que era una cactácea que se daba de los desiertos de San Luis Potosí e incluso en partes cercanas a la sierra de Zapalinamé.
La curiosidad me llevó a pagar un cibercafé. Encontré en internet que los pueblos indígenas que consumían el cactus –le llamaban “híkuri”– y con la inspiración provocada por sus efectos creaban collares, lienzos de flores o cactus, además adornaban todo tipo de cosas con pequeñas chaquiras de colores. Incluso vi que el poeta José Vicente Anaya escribió un libro de poemas llamado "Híkuri" inspirado por las visiones del peyote.

Hace días me enteré que habría esta exposición en el Museo del Desierto. Y se anunció como una de las más provocadoras en los últimos años.

Territorio wixárika

David Velázquez, potosino y de los principales creadores de la exposición, nos otorgó una visión más amplia de lo que sucedía alrededor del peyote, que hoy es recolectado y consumido por turistas en cada viaje al desierto de Real de Catorce.

Sentados en el área de cactáceas del Mude, David platicó sobre la exposición y de algunas de las luchas que se han emprendido por la defensa de la tierra en los pueblos huicholes. Al parecer, los tabús en torno al cactus sagrado se han quedado muy cortos frente a la riqueza cultural que se resguarda detrás del híkuri.

Empezamos hablando de los wixárikas. Ésta es una de las etnias más antiguas de México, que a pesar de la conquista de los españoles y los innovadores avances de nuestra sociedad “agabachada”, han permanecido y defendido con coraje y sustento cultural todo su patrimonio que se extiende desde San Luis Potosí hasta Durango, Nayarit, parte de Jalisco y algunas zonas de Chihuahua e incluso hasta Estados Unidos y Canadá.

Ésta no es la única etnia que elevaría al peyote como una de las figuras más importantes para su espíritu y como uno de los principales guías para la cosecha de maíz y otros alimentos, también los coras, tepehuanes, comanches y huachichiles que habitaban en Coahuila –antes de que los desplazáramos– lo utilizaban. Sin embargo, el grupo wixárika sí destaca por haber dejado los legados artísticos más grandes y reconocidos a nivel mundial.

Comunión con la planta

El peyote o Lophophora williamsii contiene más de 30 alcaloides entre los que se encuentra la mezcalina, un poderoso alucinógeno que absorbe en un colorido trance a quienes lo prueban. Se dice que puede llegar a ser mucho más potente que el LSD y, por ende, mucho más inspirador.

Su sabor es muy agrio, y su textura fibrosa.

Para elevar el espíritu a través del peyote, regresar de un trance y transformarlo en arte, los huicholes se enfrentan desde pequeño a todo un proceso.

Caminan a lo largo del desierto y buscan entre todas las biznagas del semidesierto para encontrarlo justo en sus pies.

Después viene la reunión alrededor del “abuelo fuego” y el saludo a las cuatro estaciones. Todo esto con sus trajes típicos, sombreros de los que caen coloridas barbas de hilaza y unos fractales también de hilaza hechos en palos de madera, llamados Ojos de Dios.

Regularmente, es el padre de familia quien inicia a cada uno de sus hijos desde temprana edad en viaje y, aunque depende de cada familia, el ritual también se puede realizar antes de la Danza del Venado o durante la Fiesta del Peyote que se organiza en mayo, a la que acuden con ofrendas para los dioses. “Comulgan con la planta”, es como lo define David.

David asegura que desde hace cinco mil años para los wixárikas, el viaje que da el cactus sagrado no es un juego; es ponerse en contacto directo con todo lo que vive en la tierra. En el trance se aprovecha para agradecer la vida de las plantas, de los animales y de los lazos familiares.

Fortunato de la Rosa es un joven artista huichol originario de la comunidad de Santa Catarina, en la Sierra de Jalisco, quien desde los nueve años comenzó a hacer uso del peyote guiado por su padre, quien al mismo le enseñó a vivir del arte huichol.

“El peyote es una planta que sientes y cuando lo consumes quieres que te haga reflexionar”, dice Fortunato vestido con un traje típico de manta blanco, cubierto por un camisón de un corte que sólo los huicholes sabrán hacerlo a la perfección.

“Yo me acuerdo que cuando consumía el peyote, una sensación llega a tu mente, y te sientes completamente diferente. Te sientes más ágil y ligero”, dice Fortunato recordando las experiencias familiares con su padre. A los nueve fue su primer encuentro con el cactus sagrado.

Dice que en las comunidades, los tramos son largos para conseguir alimentos o materias primas, hay que caminar mucho y no existen las carreteras.

El peyote ayuda a activar la circulación y crea resistencia en el cuerpo.

Peyote cristata es una variedad muy preciada de la cactácea; su color azul y su parecido a un cerebro llaman la atención.

“Pero cuando consumes más, viene otra situación que te hace sentir más cosas. Empiezas a escuchar, a oír más cosas, a reflexionar. Es algo más espiritual”.

Con nostalgia recuerda al lago de Chapala en Jalisco, uno de los lugares más preciados de su tierra. Cerca de ahí, en la Isla de los Alacranes, se encuentras uno de los cinco templos sagrados para los huicholes, el Xapawiyemeta. Un lugar donde la fe se encuentra con el alma y donde su cosmovisión se complementa. “Todo lo que existe y todo lo que tienes viene de ahí. Del punto donde se encuentra el templo”, dice Fortunato.

Sin embargo, los territorios donde nace el híkuri no han sido respetados por todos.

Actualmente, el lago de Chapala es una de las reservas ecológicas más violentadas en el país. La pesca y los desechos urbanos han creado marchas irreversibles para los pueblos huicholes de esa región, y ahora corre el mismo riesgo de ser violentado por la mano del hombre como sucedió con Wirikuta.
 
Wirikuta: el corazón del mundo

Wirikuta es mejor conocido por el pueblo huichol como “El corazón del mundo” y está ubicado en 140 mil hectáreas de semidesierto en la Sierra Madre Occidental que baja por San Luis Potosí, entre los municipios de Real de Catorce, Charcas, Villa de Guadalupe y Villa de Ramos.

“El corazón del mundo” corrió graves peligros en el 2009, cuando First Majestic Silver Corp –empresa minera canadiense– amenazó con aterrizar un proyecto minero denominado “La Luz” que perforaría gran parte del santuario huichol.

Tanto David Velázquez como Fortunato recuerdan este proyecto como uno de los abusos más graves para la cultura del cactus sagrado. Temieron que el Gobierno mexicano sobrepusiera los intereses económicos por encima de las demandas de la comunidad.

Ambos participaron en el movimiento por la defensa de la tierra de Wirikuta, que finalmente logró que se cancelara el proyecto canadiense en 2012.

Recuerdo aquella canción. ¡Wirikuta no se vende, Wirikuta se defiende! Incluso recuerdo que en aquel momento bandas como Caifanes, Calle 13, Enrique Bunbury, Café Tacvba, Ely Guerra y Julieta Venegas se unieron en un grito y realizaron un festival en el Foro Sol para destinar fondos a la lucha en defensa del territorio sagrado.

Los lugares y santuarios huicholes tienen guardan la historia sobre la formación del universo. Alrededor del peyote gira la magia.

La leyenda del Venado Azul

Wirikuta es el lugar donde el Venado Azul terminó su camino.

La leyenda del Venado Azul, una de las más conocidas y preciadas por los pueblos indígenas, cuenta que cuando se concibió el mundo, un venado nació del mar. Ese mar se llamó Tatéi Haramara, ahora San Blas, Nayarit.

El venado salió del mar siguiendo al sol con una ruta hacia el oriente y detrás de él se fueron cinco cazadores huicholes. Al lanzar el flechazo que mató al venado, el corazón del animal se convirtió en peyote.

Cada peyote representa cada una de las pisadas del venado que se encuentran por toda la ruta sagrada. Un enorme campo peyotero desde Nayarit hasta el altiplano potosino.

Quizá por estas leyendas es que tanto los coras como los huicholes han resistido. Algunos de ellos se han cristianizado, es cierto, pero la doctrina original amenaza con permanecer tal y como nació desde hace cinco mil años.

De planta sagrada a prohibida

Llegar a las comunidades puede resultar difícil. La mayoría de ellas se caracteriza por ser cerrados ante la vida mestiza y moderna. 

David comenta que esto se debe al uso indiscriminado que los turistas hacen de la planta sagrada.

Y por otro lado, Fortunato dice “Ahorita es muy difícil que todas las personas que anden fuera de nuestras comunidades hagan ceremonias. Ahorita ya no está permitido. Nosotros nada más lo hacemos en nuestra comunidad”.

La conquista dejó sus estragos

La defensa del peyote pertenece a una cultura que ha resistido y luchado.

En 1640, la Inquisición prohibió el uso del peyote a indígenas, mestizos y mulatos, según los datos que me comenta David.
Sus efectos psicotrópicos eran tan mal vistos por la ley que decidieron tumbar el consumo.

Sin embargo, el peyote cuenta con su propia ética, pues las comunidades han creado lazos fuertes para su defensa, e incluso tienen a sus gobernantes elegidos mediante la democracia.

Actualmente el Código Penal mantiene prohibido su consumo para todos los mexicanos, a excepción de algunas comunidades indígenas. Tampoco está permitido el uso para la investigación científica.

David dice que Canadá permite el consumo de peyote, lo que ayuda a que la gente supere adicciones y el alcoholismo y a buscar la estabilidad de sus comunidades. “El peyote tiene una ética nativa”, sentencia.

Despedida

La planta es endémica del desierto chihuahuense. También brota en Coahuila, Nuevo León, parte de Texas, San Luis Potosí y Zacatecas. En Nayarit no se da, pero se transporta hasta allá como sucede en partes de Norteamérica.

David Velázquez asegura que el cactus no está en peligro de extinción, pero sí está amenazado. “Nos sorprenderíamos de que en Italia, Japón o Suecia se están reproduciendo de maneras ambiciosas, e incluso hay lugares de Europa donde se organizan.

 

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