Oportunistas se enriquecen de la miseria de la tierra rulfiana

Oportunistas se enriquecen de la miseria de la tierra rulfiana

“Ayer no tuve nada para comer… hasta que mi hijo me trajo un pan en la noche”

En los municipios de Tonaya y San Gabriel viven Virgina y Catarina, dos mujeres que pertenecen al 35 por ciento de los jaliscienses pobres.

Por Mayra Vargas Espinoza y Carmen Aggi Cabrera*

Ilustración: Trujillo*

"Aquí todo va de mal en peor”, reza la primera línea del cuento Es que somos muy pobres, que forma parte de “El Llano en Llamas”, obra emblemática del escritor jalisciense Juan Rulfo publicada en 1953.

Doña Virginia no conoce la obra literaria de Rulfo pero es muy cercana a ella, parece que es uno de esos personajes que inspiraron al autor de “Pedro Páramo”.

Ha vivido toda su vida en La Cofradía, una población del municipio Tonaya, el cual tiene 5 mil 960 habitantes y está enclavado en la Sierra de Amula de Jalisco.

Marcado por la explotación laboral, la pobreza y la marginación, Tonaya es uno de los diez municipios que conforman la denominada “ruta rulfiana” junto con San Gabriel, Tuxcacuesco, Sayula, Zacoalco de Torres, Amacueca, Techaluta de Montenegro, Atemajac de Brizuela, Tapalpa y Tolimán.

“Ayer no tuve nada para comer, vino uno de mis hijos de trabajar y me trajo una pieza de pan y eso me comí, en la noche…”, lamenta doña Virginia, quien, a pesar de su diabetes, comió del dulce alimento. No tenía opción. Fue lo único que tenía para matar el hambre.

Doña Virginia comparte su historia con cuatro de cada diez tonayenses, pues el 43.9 por ciento es pobre, de acuerdo con el Instituto de Información Estadística y Geográfica de Jalisco (IIEG).

“La pobreza está asociada a condiciones de vida que vulneran la dignidad de las personas, limitan sus derechos y libertades fundamentales, impiden la satisfacción de sus necesidades básicas e imposibilitan su plena integración social”, define el IIEG.

En Tonaya los servicios sanitarios son raquíticos, ya que no tiene hospital y un médico debe atender a mil 192 habitantes, según datos de la Jurisdicción Sanitaria Número VII de la Secretaría de Salud de Jalisco.

Sentada en el pasillo de su casucha, doña Virgina reniega de la diabetes mellitus que ha mermado su vida y le ha hecho pasar penas para completar los 3 mil pesos necesarios para comprar dos frascos de insulina al mes que no le provee el Seguro Popular. “No hay medicamentos, yo no sé qué vamos a hacer y la insulina tan cara”.

“Me he inscrito al ’70 y más’, me he ido a apuntar muchas veces a Autlán y me dicen que no, que no están apuntando, que me regrese y me piden datos, pero nunca me llaman”, expresa con pesar.

Debido a una alteración genética, Virginia nació con sus manos y pies deformes, y con ellos trabajó duro para sacar a sus 12 hijos adelante a lo largo de sus siete décadas de vida.

Olvido, número 49

A 32.4 kilómetros de la casa de Virginia vive doña Catarina, en Ojo de Agua, parte de una comunidad prehispánica de Apango en el municipio rulfiano de San Gabriel, Jalisco.

Ninguna de las dos se conoce, pero tienen algo en común: ambas han sido víctimas del abandono, la marginación y la pobreza.

Las cuatro décadas y media de su vida entregada a los invernaderos, dejaron un pulmón colapsado a doña Catarina, artritis reumatoide y una liquidación de 16 mil pesos con la que no le alcanzó para construir un cuarto a la casa que comparte con sus hijas y sus nietos.

Un error en sus datos personales y la poca voluntad de su empleador, le quitaron las esperanzas a Catarina de recibir una pensión por su avanzada edad. Sólo le dieron un finiquito hace años.

Tres de cada cuatro gabrielenses no tienen seguridad social, según datos del IIEG. Es decir, casi 11 mil de los 16 mil 105 habitantes no tienen acceso a servicios de salud pública.

De alguna manera, doña Catarina puede considerarse afortunada cada que asiste a sus citas en el IMSS, el único derecho laboral que logró arrancarle a sus patrones.

San Gabriel es la Comala de Juan Rulfo, según el cronista municipal, José de Jesús Guzmán Mora. Si el escritor regresara, vería que poco ha cambiado, que los pobres siguen aislados, que los servicios básicos son raquíticos, que se nota el pesar entre los campesinos.

“La vida de Juan Rulfo en este pueblo fue muy difícil y dramática, siempre estaban cuidándose de que sus vidas no corrieran peligro”, relata el cronista, “quedó marcado por lo que vio, lo que vivió, lo que le contaron en ese San Gabriel difícil, en su infancia difícil, para quizá luego escribir lo que ya conocemos”.

Con el 47.1 por ciento de su población en pobreza, San Gabriel rebasa el promedio nacionalque es del 46.2 por ciento y supera por más de doce puntos porcentuales el 35.4 por ciento de Jalisco a nivel nacional, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

Conforme uno se aleja de la cabecera municipal de San Gabriel, los rasgos de pobreza y marginación son más evidentes. Apango es el reflejo de la penuria, sus calles polvorientas y solitarias evidencian el olvido de las autoridades. Estar en la comunidad de Ojo de Agua, en Apango, es como regresar en el tiempo en el que Rulfo se inspiró para la creación de “El llano en llamas”.

En la calle El Olvido número 49 de Ojo de Agua es donde vive doña Catarina. Ella se siente afortunada porque en marzo pasado recibió por primera vez en su vida una despensa por medio del programa social “Prospera”, que le permitió despreocuparse por la comida unos días.

“Trae medio litro de aceite, un paquete de arroz y uno de avena, una minsa, un kilo y medio de frijol negro y dos paquetes de leche”, recuerda.

Ella confía en que la promesa del alcalde César Augusto Rodríguez Gómez no quedará en el olvido y que cada mes tendrá una despensa para mitigar el hambre.

“Éramos priistas, pero ya no creemos”

A unos metros de El Olvido número 49 viven María Guadalupe y María Isabel, una familia de mujeres que sostienen su hogar mediante el cultivo y la venta de alcatraces que rematan a siete pesos cada uno.

“Vamos a pedir trabajo, pero ya no me quieren, pues ya no puedo. A veces de la venta me saco 300 o 400 pesos según lo que lleve”, cuenta María Isabel, de 65 años de edad.

María Guadalupe, de 37 años de edad, fue víctima de la poliomielitis cuando tenía 12 años. La operaron hace 19 años, pero no resultó bien y vive con secuelas en las piernas.

Ahora, en 2017, San Gabriel sigue teniendo servicios de salud deficientes: el municipio tampoco cuenta con un hospital y hay un médico por cada 895 habitantes.

Las promesas incumplidas de los candidatos y funcionarios gabrielenses hicieron que las dos Marías dejaran de creer en el PRI y en los demás partidos políticos.

“Éramos priistas, pero ya no creemos porque ya ve ahorita tanta corrupción, no se tiene confianza ya, porque vamos a pedir ayudas y ya no nos quieren dar, cuando andan en campaña le ofrecen a uno la luna y las estrellas y después lo ignoran a uno… Uno se hace arisco”, lamenta María Guadalupe.

Esplendor de unos, pobreza de otros

El rezago educativo forma parte de la historia de este pueblo enclavado en el Llano Grande. Hace casi un siglo la educación era tan escasa como la alimentación; en un documento compartido por José de Jesús Guzmán Mora, cronista de San Gabriel, titulado “Telcampana y la educación 1918”, se lee que en la escuela de la hacienda Telcampana, un niño de nombre Julio fue reprobado por falta de ropa, al igual que sus compañeros Canuto y Bartolo Preciado.

“Caso patético fue el de María Dolores, quien perdió el curso por muy pobre”, menciona el archivo.

En San Gabriel 852 personas son analfabetas, representan el 7.2 por ciento de la población. Dos mil 9 gabrielenses no terminaron la primaria y 2 mil 820 dejaron inconclusa la secundaria; es decir, el 47.8 por ciento, según datos del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos en 2016.

Además del analfabetismo, en San Gabriel los trabajadores viven una esclavitud moderna, de acuerdo con Guzmán Mora.

En el kilómetro 58 de la carretera El Grullo-Ciudad Guzmán, existe una población llamada La Croix, donde los reductores de velocidad obligan a los conductores a transitar a vuelta de rueda para proteger a los más de mil jornaleros agrícolas que la cruzan para ir del albergue donde viven a la empresa en la que laboran: Bioparques de Occidente, S.A. de C.V.

Esta empresa fundada en febrero de 2002 se dedica a la producción y comercialización agrícola de tomate y ofrece a sus empleados casas pequeñas, comida y salarios bajos.

Los jornaleros que trabajan en Bioparques de Occidente, S.A. de C.V. provienen de Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Veracruz, principalmente. Esta empresa en 2013 fue denunciada por la explotación laboral de 270 personas que vivían en condiciones infrahumanas, lo cual derivó en una multa impuesta por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social del gobierno federal, que ascendió a un total de 8 millones 580 mil 700 pesos  .

El cronista Guzmán Mora compara el desarrollo desigual del municipio con la época del Porfiriato: “fue esplendor para los que tenían dinero, para los empleadores, pero para los empleados era pobreza”.

A pesar de las paupérrimas condiciones en las que viven, los moradores de este llano en llamas no han considerado dejar su tierra en busca de una mejor calidad vida.

Doña Catarina tuvo la oportunidad de migrar con sus hijos a Ciudad Guzmán a la casa de una tía, pero decidió quedarse en Ojo de Agua, Apango. “Me trajo aquí mi marido y aquí me dejó viviendo”.

María Isabel decidió vivir con toda la familia en la casa que su esposo le dejó cuando falleció: “Y pues aquí me dejó, se murió y aquí quedé. Aunque no queramos aquí nos quedamos porque es lo mismo dondequiera”.

Sentada a unos metros del gran árbol de tamarindo que le da sombra a su casucha, doña Virginia recuerda que nunca pensó en irse de Tonaya: “Mi esposo cuando ya estaba muy mal me dijo ‘ira mujer te voy a dejar esta casita’ y aquí sigo. ¿Qué me gano con estarme preocupando? Lo que Dios tenga destinado”.

Reportaje completo publicado en Aristegui Noticias y Cuadernos Doble Raya. 

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