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Judith Butler (Cleveland, 1956) no es solo una de las filósofas más influyentes en los estudios de género, sino también, quizás a su pesar, una activista. Es profundamente académica en su discurso, pero no necesita pancartas para hacer llegar su mensaje, porque mide cada palabra que pronuncia y así logra incendiar los corazones. "Aceptamos que todos aquellos que son privados de la vida a través de la violencia sufren una injusticia radical", explica sobre su nueva teoría en ciernes sobre la no violencia. "¿Es posible que algunas vidas sean consideradas enterrables y otras no?", continúa. Casos como el de Ayotzinapa en México, las decenas de miles de desapariciones forzadas o las fosas comunes clandestinas son terroríficas pruebas sobre su análisis. "Matar es la culminación de la desigualdad social", sentencia con frialdad en Guadalajara (México), en una conferencia inscrita en la Feria Internacional del Libro. Butler es recibida como una estrella del rock en el paraninfo de la Universidad de Guadalajara, pintado en 1936 por el muralista mexicano José Clemente Orozco. La feminista estadounidense irrumpe, menuda, entre aplausos y vítores. Su público, en su mayoría mujeres jóvenes, está expectante. Los más desafortunados aún hacen fila, en vano. "Muchas gracias", arranca en un español con un marcado acento estadounidense. Tras escribir una de las obras fundadoras de la teoría queer, El género en disputa (Paidós, 1990), que defiende que ni el género ni el sexo ni las orientaciones sexuales son naturales, sino una construcción social, ahora prepara un libro sobre la no violencia que verá la luz el año que viene.
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