El llano sigue en llamas… pero las autoridades lo niegan
En medio de un enfrentamiento entre cárteles, tres municipios que forman parte de la llamada ruta rulfiana han sido azotados por homicidios y desapariciones.
Nadie sabe a ciencia cierta en dónde nació Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Sayula, Tuxcacuesco y San Gabriel son municipios vecinos en el sur de Jalisco que se disputan el lugar de nacimiento, debido a declaraciones en vida del escritor y por poseer actas de nacimiento.
“Eran lugares tranquilos, pero el hombre no lo era”, explicó Juan Rulfo a Joaquín Soler, en una entrevista para Radio y Televisión Española en 1977.
“Al hombre le había gustado el asalto, el allanamiento, la violación, la violencia”, describió el escritor con pesadez a la zona en la que transcurrió su infancia. “Podía surgirle la violencia en cualquier instante”.
Al abuelo materno de Juan Rulfo lo colgaron de los pulgares en Apulco, Tuxcacuesco, en 1915, y a su padre, ‘Cheno’, lo asesinaron al dispararle por la espalda en una brecha rumbo a San Pedro Toxín, Tolimán, en 1923, según documentó Roberto García Bonilla en el libro “Un tiempo suspendido”.
A lo anterior se sumaron constantes atracos, extorsiones y enfrentamientos armados que hostigaban a los habitantes de la zona, los cuales se agudizaron con la rebelión cristera.
El entorno violento marcó la vida y obra del escritor e influyó para que los Pérez Rulfo Vizcaíno se refugiaran en Guadalajara.
Hoy, los gobiernos de Sayula, Tuxcacuesco y San Gabriel —tres de los municipios que forman parte de la llamada ruta rulfiana— sostienen que en sus territorios se pueden encontrar los paisajes naturales y sociales que inspiraron “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”. Pero hay otro elemento que niegan: la violencia.
Los habitantes y las cifras los desmienten.
Las estadísticas de desaparición que no coinciden en Sayula
En medio de un páramo, una mujer llora mientras saca de una fosa a su hijo muerto. A su costado, un pergamino contiene 33 cruces, cada una acompañada por el nombre. Es una pintura conocida como El Muro de la Paz que está en el atrio de la parroquia del municipio de Sayula.
“Son nombres de personas que fueron asesinadas violentamente”, explica el párroco José Sánchez Sánchez, autor intelectual de la obra que fue inaugurada el 11 de julio de 2012.
El Muro de la Paz también contiene los nombres de personas desaparecidas en Sayula de 2006 a 2012. El pergamino contabiliza siete, pero el número no coincide con la estadística del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED) del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), que sólo contempla a una persona desaparecida en dicho periodo.
“Actualmente Sayula no es seguro. La policía sí anda haciendo sus rondines, pero ha habido casos en los que se les ha salido de control”, dice Lorena Gutiérrez Hernández, ama de casa e integrante de la Comisión por la Paz de Sayula, conformada por laicos que fueron asesorados por el padre Sánchez Sánchez y que ofrece apoyo espiritual a familiares de víctimas.
En marzo de 2013, fue encontrado el cuerpo de Candelario Domínguez Rodríguez, escolta del ex gobernador Emilio González Márquez, repartido en 27 bolsas de plástico que fueron arrojadas entre los kilómetros ocho y nueve de la carretera Sayula-San Gabriel.
La Comisión por la Paz de Sayula documentó 22 víctimas de “levantamientos” en junio de 2014; de éstas, seis personas fueron encontradas muertas, una apareció con vida y 15 están desaparecidas, dato que contrasta con los registros del RNPED, que sólo consigna cuatro víctimas de desaparición en ese año.
En lo que va de la administración del gobernador priista Aristóteles Sandoval Díaz, el SNSP tiene registrados dos homicidios dolosos con arma de fuego, una violación sexual y 11 personas desaparecidas en este municipio de 36 mil habitantes.
Tuxcacuesco: a la cuenta del ‘patrón’
“Vine a Tuxcacuesco porque me dijeron que allá vivía mi padre”, reza la primera línea de uno de los borradores de “Pedro Páramo”. La novela, cuyo protagonista es un cacique, se desarrolla en un pueblo abandonado y más caluroso que el infierno.
En la vida real, el calor de Tuxcacuesco es sofocante aun bajo la sombra y es uno de los 15 municipios más despoblados de Jalisco, con sólo 4 mil 229 habitantes.
Según la encuesta Intercensal 2015 del INEGI, existe un habitante por cada seis hectáreas en el municipio. Ahí se ubica el Museo Juan Rulfo, un recinto no más grande que una casa promedio, cuya entrada está rodeada de bugambilias y tiene en su interior una sala, algunas fotografías enmohecidas, vasijas, figuras de barro, libros, así como una pantalla de plasma.
En la cabecera municipal, resguardada por nueve policías, personas entrevistadas narran de manera anónima que hace cuatro años era común ver a hombres pedir fiados botellas de vino y paquetes de cervezas.
Los mismos sujetos también acudían a una gasolinera llamada Servicio El llano en llamas, S.A. de C.V., a pedir galones de combustible prestados.
Su forma de crédito era muy particular: mencionar al patrón.
“Ahí viene el patrón. Cuando se vaya te lo pagamos”, decían.
Aun cuando Tuxcacuesco tiene una población ocho veces menor a la de Sayula, este árido municipio —donde proliferan agaves y tomates cherry— lo supera en las estadísticas de la Secretaría de Gobernación, con 15 desapariciones ocurridas desde 2013.
Quizás por eso cuentan que nunca nadie se atrevió a cobrarle a los morosos.
San Gabriel, cuando la plaza se calienta
El municipio de San Gabriel es el centro de un asterisco de carreteras en el sur de Jalisco. Es un punto por el que pasan quienes vienen y van por la libre a Colima, Autlán, Tapalpa, Sayula y Ciudad Guzmán.
En este lugar, enclavado en la misma cordillera que el Nevado de Colima, la tranquilidad se rompió a finales de 2012. El hecho violento más difundido en ese momento fue la desaparición de siete hombres en el poblado de Jiquilpan, algunos de ellos jornaleros.
De acuerdo con Proceso, las autoridades estatales atribuyeron éste y otros levantamientos a la disputa del estratégico territorio entre tres grupos del crimenorganizado: Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG), los Caballeros Templarios y la Familia Michoacana.
“Se decía que en la plaza estaban unos michoacanos. Uno ya los conocía: se paseaban por el pueblo en sus camionetas. Pero después empezó lo difícil, ya no sabía uno quien era quién. A las nueve de la noche todo mundo se metía a su casa”, relata un poblador a cambio del anonimato.
En los datos de Gobernación no hay registro de homicidios en San Gabriel, pero sí de 10 desapariciones en 2013, cuatro en 2014 y dos en 2016, además de una violación sexual el año pasado.
En los tres municipios rulfianos y los 12 que los rodean —Amacueca, Atoyac, Autlán, Cuautitlán, El Grullo, El Limón, Gómez Farías, Tapalpa, Tolimán, Tonaya, Zapotitlán y Zapotlán— habita apenas el 3.6% de la población de Jalisco, pero en esa región se han perpetrado el 6.6% de las mil 650 desapariciones totales de la actual administración estatal.
Las desapariciones ocurridas en los cuatro años de la gestión de Sandoval Díaz casi duplican a las registradas en el RNPED durante toda la administración de González Márquez.