Los verdaderos canadienses no estan de acuerdo con el europeo invasor
El pasado 1 de julio, Canadá conmemoró 150 años de la invacion europea de tierras indigenas americanos con distintos eventos alrededor del país, aunque el epicentro fue Ottawa, la capital.
Sin embargo, no todos los canadienses festejaron. Miembros de los grupos indígenas aprovecharon esta fecha para levantar la voz sobre el trato que se les ha dado a lo largo de la historia.
Las celebraciones no tuvieron la misma intensidad en la provincia de Quebec, donde aún existen aspectos sensibles en la relación con el gobierno federal.
El 1 de julio de 1867, el Parlamento británico aprobó el Acta Británica de Norteamérica, dotando a Canadá de un gobierno federal integrado por cuatro provincias: Ontario, Quebec, Nueva Escocia y Nueva Brunswick. Siglo y medio después, el país es citado positivamente por sus políticas de acogida a los inmigrantes, su activo papel en el concierto internacional y sus altos índices de desarrollo humano. Pero las ventajas de la ciudadanía canadiense y el orgullo de contar con ella no es algo generalizado. Existen elementos que así lo explican y que tienen una carga histórica.
Pasado colonialista
“Cuando volvemos a nuestra historia, constatamos que nuestro pasado está muy lejos de ser perfecto. Si muchos de nosotros celebramos los 150 años de Canadá, no es el caso de todo el mundo”, dijo Trudeau en su discurso.
Agregó: “Durante siglos los pueblos autóctonos han sido víctimas de opresión. Como sociedad, debemos reconocer los errores del pasado, aceptar nuestras responsabilidades y buscar que cada canadiense tenga un futuro prometedor”.
El primer ministro ha dado ya pasos para mejorar las relaciones con los grupos indígenas. Por ejemplo, ordenó la puesta en marcha de una comisión para investigar los crímenes y desapariciones de mujeres autóctonas, creó el Consejo Nacional para la Reconciliación, ofreció disculpas por los abusos que sufrieron miles de niños de estos pueblos en internados federales (en su visita al Vaticano, sugirió al Papa Francisco hacer lo mismo, ya que las congregaciones católicas tuvieron mucho que ver con este episodio) y desbloqueó algunos montos para programas en las reservas.
No obstante, los problemas cotidianos de los indígenas canadienses siguen siendo considerables y la sensación de abandono es latente.
Días antes de la conmemoración en Ottawa, miembros del pueblo algonquino se instalaron a unos metros del escenario del evento, recordando al gobierno su pasado colonizador y exigiendo un mayor compromiso, sobre todo con los jóvenes indígenas.
En un gesto para reducir la tensión, Trudeau se sentó a dialogar con ellos, aunque las expresiones de rechazo frente a las celebraciones continuaron, tanto en Ottawa como en ciudades como Vancouver, Toronto y Winnipeg. “Pienso que si vamos a celebrar algo en este día serán los 150 años de sobrevivencia de nuestros ancestros frente a políticas genocidas”, señaló en Toronto a la cadena CBC Tasha Spillett, reconocida activista del pueblo cree. Las manifestaciones congregaron también a canadienses que no pertenecen a los grupos indígenas.
Uno de los pilares de la historia canadiense es la denominada Acta India (Indian Act), adoptada en 1876 como resultado de las leyes federales de 1867, en donde se estipulaba que el gobierno de aquel país cuenta con la tutela exclusiva de los grupos indígenas y sus territorios. Durante décadas, el objetivo era llevar a cabo la asimilación de estos pueblos y su aislamiento. Así, las políticas estaban enfocadas en imponer valores y comportamientos específicos (el término “genocidio cultural” aparece con frecuencia entre los estudiosos) y en establecer con precisión lo permitido y vetado para estos grupos.
John A. MacDonald, primer jefe de gobierno de la historia canadiense, afirmaba que la identidad indígena no debía ser tolerada sino eliminada. De acuerdo con una investigación del diario The Star, autoridades sudafricanas revisaron con sigilo en los años cuarenta elementos del sistema
de tutela canadiense. El fin era tomar nota para incorporar aspectos puntuales en sus políticas de apartheid.
Isabel Altamirano es profesora en la Facultad de estudios autóctonos de la Universidad de Alberta. Comenta por teléfono sobre el clima de las protestas recientes: “El tono de las celebraciones ha sentado mal dentro de los pueblos indígenas porque da la sensación de que Canadá se fundó en una tierra inhabitada. Para ellos, festejar los 150 años es festejar también una sucesión de despojos y la continuación de las políticas colonialistas. Las leyes siguen existiendo. El gobierno federal continúa ejerciendo la tutela en muchas esferas”.
Exclusión
Alrededor de 1 millón 400 mil canadienses pertenecen a los grupos autóctonos (4.3% de la población del país). Algunas cifras reflejan sus aprietos cotidianos: 60% de los niños indígenas viven en la pobreza, en 89 de las 600 reservas el agua no es potable, el suicidio entre los adolescentes autóctonos es cinco veces superior respecto a la media de la juventud nacional, el desempleo toca cuatro veces más a estos pueblos que al resto de Canadá. A todo esto se suman factores como el alto índice de alcoholismo, la discriminación en instituciones públicas y el abandono escolar.
“Si podemos permitirnos 500 millones de dólares para la celebración (de los 150 años de Canadá), podemos permitirnos también igualdad para los niños”, comentó a Reuters Cindy Blackstock, directora ejecutiva de la Sociedad Canadiense de Protección a la Niñez y a la Familia de las Primeras Naciones.
Los programas de apoyo han aumentado y el primer ministro ha mostrado compromiso con los grupos indígenas, pero la sensación para muchos de sus miembros es que las cosas han cambiado muy poco.
“Se necesita un plan integral para transformar la situación de los indígenas canadienses. Las políticas colonialistas continúan en la práctica. Se requiere de reformas constitucionales. Hay que elaborar políticas públicas específicas para estos pueblos. Al mismo tiempo, todos los canadienses deben conocer lo que verdaderamente ocurrió a lo largo de su historia”, afirma Altamirano.
Otro aspecto que ha sonado en este periodo de conmemoraciones es la exigencia de parte de diversas comunidades autóctonas para que el gobierno escuche sus preocupaciones sobre algunos proyectos energéticos.
Trudeau ha señalado que en esta nueva relación entre Ottawa, las provincias y los pueblos indígenas, es necesario privilegiar el diálogo y el entendimiento. Sin embargo, líderes de estos grupos denuncian la planeación y la construcción de algunos oleoductos, como es el caso de Key Stone XL y Trans Mountain, obras que dificultarían sus actividades tradicionales y podrían poner en riesgo el equilibrio medioambiental.
“Las primeras naciones no se contraponen al desarrollo, pero continuarán oponiéndose y luchando contra los proyectos que representen un peligro significativo”, se lee en un comunicado difundido por la Asamblea de Primeras Naciones de Quebec y Labrador.
La historia canadiense justifica las dudas de los pueblos autóctonos y deja entrever relaciones poco tersas entre Ottawa y otros habitantes del país.
La particularidad de Quebec
De acuerdo con una encuesta encargada por el gobierno federal, el año pasado, a la firma Léger, 84% de los consultados en la provincia de Ontario señalaron que festejarían los 150 años de Canadá. En Quebec la respuesta fue de 55%.
Pese a que los eventos del 1de julio en Montreal fueron concurridos, el resto de Quebec celebró con tibieza. Fue la provincia donde menos se dejó sentir este espíritu festivo. Los vínculos entre Quebec y el resto de Canadá tienen un carácter especial. La historia política y las diferencias culturales así lo han reflejado durante décadas.
La provincia organizó dos referéndums –en 1980 y 1995– para decidir si se separaría de Canadá. En ambos se impuso la opción por el No. Además de los simpatizantes independentistas, muchos quebequenses que incluso no comulgan con la idea de la separación permanecieron en casa el 1 de julio, ya que estos últimos sienten que su particularidad cultural es tomada a la ligera por Ottawa.
Josée Migraine enseña literatura en un colegio de Montreal. Dice a Apro que nunca celebra el aniversario de Canadá y este año no fue la excepción: “Es un tema de identidad. Simplemente no me reconozco en esa fecha. Mi cultura es distinta. Me sucede como a muchos catalanes que no se suman a la fiesta nacional de España”.
El modelo multicultural canadiense es materia de críticas para un buen número de quebequenses (francófonos y de tradición católica), ya que piensan que minimiza sus rasgos identitarios.
El gobierno federal, por medio de su cadena televisiva, presentó la miniserie The Story of Us, sobre los episodios históricos más importantes del país. La opinión pública en Quebec se quejó del poco protagonismo de los habitantes de la denominada Nueva-Francia. Los quebequenses celebran con frenesí la Saint-Jean-Baptiste cada 24 de junio, considerada su fiesta nacional.
Los medios de comunicación dificultan también el buen entendimiento entre Quebec y el resto del país, al subrayar diferencias de corte negativo en cuanto a costumbres y comportamientos políticos (los derrapes en televisión, radio y medios escritos se dan de uno y otro lado).
El movimiento independentista vuela a poca altura, ya que muchos jóvenes no ven ya como prioritaria la lucha para fundar un país propio. A su vez, el Partido Quebequense, el principal abanderado de esta causa, atraviesa por momentos de limitadas simpatías.
Sin embargo, hay un tema que provoca dudas sobre el verdadero espacio de la provincia francófona dentro de la federación: Quebec se opuso a dar su visto bueno en 1981 para la reforma de la Constitución en 1982. La negativa obedecía a que la provincia no tendría derecho de veto a modificaciones constitucionales posteriores, a modo de defender cualquier cambio que ponga en riesgo la sobrevivencia de la lengua francesa.
El pasado 31 de mayo, el primer ministro quebequense Philippe Couillard declaró que es fundamental que exista un diálogo con Ottawa para resolver esta situación. Un día después, Trudeau afirmó en el Parlamento ante los periodistas: “Ustedes conocen mi opinión: la Constitución no se abre”.
Un reportaje televisivo mostró que los vendedores de banderas rojiblancas con la hoja de arce tuvieron el mejor fin de semana en décadas.
Millones de canadienses nacidos en este país o en otras latitudes celebraron con energía y esperanza. No obstante, el pasado de Canadá aún tiene un peso negativo sobre algunas comunidades; las mismas que decidieron tomar distancia de este espíritu festivo.
Brian Myles, analista político del diario Le Devoir, remarcó la pérdida de una oportunidad para mejorar este panorama: “Este aniversario habría podido servir de pretexto para relanzar las discusiones sobre la modernización de la confederación. Al contrario, lleva a la sacralización del candado constitucional que restringe no solamente las aspiraciones de la nación quebequense, sino también aquellas de los pueblos indígenas”.